Existen diferentes etapas en la vida de una empresa familiar. En los primeros tiempos, cuando hay que luchar para salir adelante, no hay tiempo para preocuparse por pensar en otras cosas, la prioridad es el desarrollo del negocio. Pero luego, cuando comienzan a mezclarse las funciones de cada uno, empiezan los roces. Por eso el primer paso es definir los roles y aceptar los límites de cada miembro para evitar dolores de cabeza después.
Es conveniente adquirir cierta experiencia antes de incorporarse en la empresa familiar. Esto hará que se sienta más segura y confiada en la manera en que desenvolverá sus funciones.
Hay una característica que siempre está presente en estos casos; como los vínculos son más profundos que en las relaciones laborales comunes, los problemas son más agudos. Trabajar junto a los padres, hermanos, hijos o el marido puede ser agradable y también beneficioso porque se puede confiar en genete que desea lo mejor para nosotros, pero requiere de esfuerzo constante. Tiene que estar dispuesta a ceder algo y también poseer un alto grado de tolerancia y respeto.
Hay que evitar, mucho más que en otros casos, no trasladar los problemas del trabajo al hogar. También hay que cuidarse de no hacer el proceso inverso, es decir, llevar los problemas de la familia al ámbito laboral.
Si los hijos no están en el negocio, conviene familiarizarlos para que algún día, si lo desean, puedan incorporarse. Luego, cuando se sumen al desafío (sea un hijo o cualquier otro familiar), se los debe convencer de que no todo será fácil.
Siempre la comunicación debe ser franca entre todos los miembros de la familia, no sólo entre los involucrados en el negocio.
Algunos especialistas aconsejan contratar algún directivo ajeno a la familia, implantar una auditoría y procedimientos de revisión y contratar consultores externos para evaluar la gestión y estableces objetivos.