El ideal de mujer que admiraban hombres y mujeres unos siglos atrás haría temblar de pavor a las personas obsesionadas por la imagen de este nuevo milenio. Aquellas damas más bien rollizas representaban a lo mejor de su clase, pero hoy ocuparían el último lugar en la lista.
Hoy las normas sociales aseguran que una mujer bella es extremadamente delgada y sin curvas, pero con músculos endurecidos al máximo como el mejor atleta. Sin embargo, son muchos los estudios que confirman que los hombres siguen prefiriendo escotes y pantalones rellenos, aunque ellos, también influenciados por la sociedad, presentan cada vez más atención a las apariencias.
Lo más peligroso de este asunto es que los mandatos culturales tienen una especial influencia en las personas más inseguras o que están atravesando una crisis vital, como los adolescentes. Estas personas ceden fácilmente a las presiones externas y se adaptan a las supuestas garantías del éxito y la felicidad, como costos muy altos, como pueden ser los trastornos de la alimentación o la masificación del tiempo libre en gimnasios y centros de estético o el descuido de la familia y la salud.
El énfasis en la «buena presencia» resta importancia a lo que verdaderamente nos hace únicos y valiosos: nuestros sentimientos, personalidad y principios.